miércoles, 26 de marzo de 2008

Muro de las Lamentaciones

MURO DE LAS LAMENTACIONES
MURO DE LAS LAMENTACIONES

Vamos a visitar el Muro de las Lamentaciones. Entramos por la puerta del Muladar, Estiércol, Inmundicias o de los Mogrebíes que así , indistintamente, se llama, porque por ella sacaban las basuras de la ciudad al estercolero del cercano valle de la Gehenna. Pasada la puerta, a nuestra derecha, una gran zona de excavaciones con grúas, zanjas profundas, pozos, escombros… Parecía una enorme cantera desolada donde, en otra época, estuvieron magníficos palacios. En estas excavaciones, quedaron al descubierto: muros, cimientos, columnas, sótanos de varios palacios, monedas de la época de los Macabeos, Herodes el Grande, romana, bizantina, árabe y cruzada que indican el dominio de Jerusalén por todas estos pueblos. Llama mi atención la profundidad de una excavación junto al Muro que estimo en no menos de 15 metros y que deja al descubierto los enormes bloques rectangulares de piedra con que estaba construido. Probablemente, el nivel más inferior, corresponde a la época de Salomón.

Estaba anocheciendo, cuando entramos en una plaza o explanada grande, espaciosa, enlosada con piedras grandes, junto al Muro. Este lugar sagrado, es el corazón del judaísmo, el cordón umbilical que une a los judíos de todo el mundo. El Muro no era parte del Templo. Hecho en tiempos de Herodes el Grande, era un muro de contención que sostenía el relleno destinado a ampliar la explanada del Templo. Ante él, durante 2000 años, el pueblo judío ha acudido allí, desde todas las partes del mundo, a llorar, rezar, suplicar a Dios para que le devuelva Jerusalén, el Templo, la vuelta a la tierra prometida. Las siete primeras hileras, de enormes bloques rectangulares, de piedra de color ocre dorado, colocados sin argamasa, son de la época herodiana; los dos tercios de la parte superior del muro se construyeron más tarde con piedras más pequeñas. En la explanada, de norte a sur, un muro de más de un metro la divide en dos partes. La que da al Muro es más pequeña. Ambas se comunican por los extremos por amplios espacios. La que da al Muro se divide en dos partes separadas por una valla. La de la derecha, mirando al Muro, es el recinto reservado a las mujeres; la de la izquierda, es para los hombres. Entramos por el pasadizo de la izquierda en el que hay una fuente para purificar las manos. Nos cubrimos la cabeza, en señal de respeto, con gorros de cartón que se encontraban disponibles a la entrada. Observamos todo aquello con curiosidad y respeto. Sobre todos, se distinguen unos judíos vestidos con traje negro, camisa blanca, cubierta la cabeza con el kipa o con grandes sombreros, grandes trenzas colgando de sus patillas: son los judíos ortodoxos llamados hassidin- los piadosos - procedentes de Polonia; son conservadores en su estilo de vida que se ajustan estrictamente a la letra de la Ley sin ningún tipo de concesiones.. Allí oraban judíos ancianos, maduros, jóvenes y niños: de todas las edades. Algunos arrimados al Muro leían la Biblia, la Torá, metían papelitos en los intersticios de las piedras del Muro, conteniendo oraciones y súplicas a Yahvé ; otros , en corros, danzaban cantando o rezando ; y otros , de pie, en voz alta, oraban moviendo la cabeza, los hombros, todo el cuerpo desde la cintura adelante y atrás. Era una oración con todo el cuerpo. Me impactó la fe de aquellos judíos, que permanecen fieles a sus creencias desde hace tanto tiempo. Las mujeres, en la parte derecha, separadas de los hombres por una valla, oraban con la cabeza descubierta y los hombros tapados con alguna prenda.

A la izquierda de la explanada, perpendicular al Muro hay un arco. Es el arco de Wilsón. Pasamos el arco y entramos en una estancia, sinagoga, ancha, amplia, abovedada, donde hay libros en estanterías y mesas y judíos leyendo o rezando con el mismo ritual que en la explanada. No les importaba ni inmutaba lo más mínimo nuestra presencia. Ellos, concentrados, estaban a lo suyo. Nuevamente me impactó aquella fe, aquella fidelidad a una creencia en un mundo tan secularizado como el de hoy.

MURO DE LAS LAMENTACIONES POR SEGUNDA VEZ
MURO DE LAS LAMENTACIONES

Por segunda vez, ésta muy de mañana, con sol radiante, entramos a la Jerusalén Antigua, por la Puerta de los Magrebíes. A nuestra izquierda, un grupo de judíos hassidin, vestidos de negro, sombrero negro, tirabuzones, camisa blanca, conversan tranquilamente. Un hombre alto y fuerte, rubio, barba blanca, gorro en forma de corona, vestido de azul y blanco, con ropas largas, toca el arpa. Junto al Muro, hay mucha gente: es un lugar de primera categoría para los judíos. Los judíos allí reunidos se lamentan porque tienen el Templo destruido y aspiran a construirlo. Se lamentan para que todos los judíos de la diáspora se reúnan en Jerusalén; suplican para que llegue el Mesías prometido: para los cristianos es Jesús que llegó hace 2000 años, pero para los judíos todavía no ha llegado. Hoy presenciamos el rito de la bisba que es el momento en que, los que cumplen 12 años, entran a formar parte de la comunidad de los adultos y, a partir de ese momento, ya se integra en los rezos y obligaciones de los adultos. Es una fiesta familiar. Los hombres de la familia llevan la Torá en procesión, cantando y rezando alguno de sus párrafos. Las mujeres no participan en este acontecimiento, están fuera, y desde allí le tiran caramelos…
Los peregrinos tenemos puesto el gorro: el sol cae abrasador. Una grúa hace un ruido atronador. Los judíos, junto al Muro, realizan sus ceremonias religiosas. Visten de forma diferente, túnica blanca, unos; túnica con rayas, otros; traje normal estos, traje negro aquellos, pero todos llevan la Kipá o el sombrero puestos en la cabeza . Pasean con la Torá sujeta al pecho. Los grupos familiares caminan en grupo, cantando o rezando, no se inmutan ante la presencia de los peregrinos que los observamos, filmamos o sacamos fotografías; no hay mujeres en la ceremonia; leen y rezan moviendo todo el cuerpo desde la cintura, especialmente la cabeza; en la mano y en el brazo, algunos, llevan una tira negra enroscada; los hassidin vestidos según sus reglas, rezan y se lamentan; en torno a una mesa con libros, un grupo familiar reza y canta. Otro grupo abre el cilindro en cuyo interior va la Torá y pasea cantando y rezando; un judío con su hijo pequeño reza junto al Muro; un anciano vestido de traje negro y sombrero grande negro, barba grande blanca, pasea apoyado en un bastón; otros de pie o sentados en sillas oran en el Muro. El Peregrino Pablo conversa con Amadeo y dice que le gusta lo que está viendo. Un murmullo general llena todo el espacio; pero cada uno atiende a lo suyo, indiferente a los demás. Tal es la estampa que contemplé en esta visita al Muro de los Lamentos.

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