sábado, 15 de marzo de 2008

Vía Crucis en la Vía Dolorosa, en Jerusalén

VIA CRUCIS- CAMINO DEL CALVARIO

INTERIOR DEL DOMO DEL CONVENTO DE LA FLAGELACIÓN
“Tomaron, pues, a Jesús que, llevando su cruz, salió al lugar llamado Calvario, que en hebreo se dice Gólgota, donde le crucificaron, y con Él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en medio. Escribió Pilato un título y lo puso sobre la cruz. Decía: Jesús Nazareno, Rey de los judíos. Muchos de los judíos leyeron este título, porque estaba cerca de la ciudad, el sitio donde fue crucificado Jesús. Y estaba escrito en hebreo, en latín y en griego. Dijeron, pues, a Pilato, los príncipes de los sacerdotes de los judíos: No escribas rey de los judíos, sino que Él ha dicho: Soy rey de los judíos. Respondió Pilato: Lo escrito, escrito está” ( San Juan 19,17-22).

“Cuando le llevaban echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que venía del campo, y le cargaron con la cruz para que la llevase en pos de Jesús. Le seguía una gran muchedumbre del pueblo y de las mujeres, que se herían y se lamentaban por Él. Vuelto a ellas, Jesús, dijo: Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos, porque días vendrán en que se dirá: Dichosas las estériles y los vientres que no engendraron, y los pechos que no amamantaron. Entonces dirán a los montes: Caed sobre nosotros, y a los collados: ocultaos, porque si esto se hace en el leño verde, en el seco, ¿qué se hará? Con Él llevaban otros dos malhechores para ser ejecutados “(San Lucas 23, 26-32).


PAVIMENTO EN EL PATIO DE LA FORTALEZA ANTONIA
Los franciscanos tienen la obligación de hacer el Vía Crucis todos los jueves del año. Si un solo jueves no lo hicieran, perderían el derecho que sólo ellos tienen de hacer el Vía Crucis .El guía dice que esto es muy duro, pero que se viene haciendo así, sin perder ningún día, desde hace 700 años.

ARCO " ECCE HOMO"
Después de terminada la Eucaristía, comenzamos el Vía Crucis en la Vía Dolorosa. Vamos a recorrer el camino que Jesús recorrió cargado con el madero, camino del Calvario, unos 900 metros. Entre dos peregrinos llevamos una cruz no muy pesada. Uno, sobre el hombro; y otro, sosteniéndola por la parte de atrás. En cada estación, se relevan los peregrinos. La calle, Vía Dolorosa, es estrecha, con adoquines en el suelo; algunos, encontrados en las excavaciones arqueológicas, pertenecen a la época de Jesús. Tal vez, Jesús, camino del Calvario, pisó alguno de ellos. Y ahora yo, con mis pies, también los estoy pisando.

PEREGRINOS EN EL VÍA CRUCIS EN LA VÍA DOLOROSA, EN JERUSALÉN
En la primera parte del recorrido, hay poca gente en la calle y pocos locales comerciales. Vamos en procesión por la calle cantando y rezando. Nos paramos en las estaciones, lugares destinados a recordar acontecimientos importantes del Vía Crucis de Jesús, para escuchar las lecturas del sacerdote. Los que llevan la cruz y los sacerdotes van delante. Me sorprende mucho la gente que circula por la calle. No se inmutan con nuestros cantos y nuestros rezos, pese a que rezamos y cantamos con enérgica voz. Ellos pasan, hablan, compran y venden en los comercios; nos ignoran totalmente, como si no estuviéramos allí. Para mí, que era la primera vez que vivía esa experiencia, era una situación nueva y desconocida, por eso, estaba sorprendido y no entendía muy bien aquello. Sin duda, por lo que luego dijo el guía, esto era normal, así ocurre en todos los Vía Crucis. El guía dice que dejemos circular a la gente, que no seamos un obstáculo para la circulación. Dice, también, que este Vía Crucis, que estamos haciendo, recordará, en algunos aspectos, precisamente las gentes y los comercios, a lo que ocurrió con el Vía Crucis de Jesús, cuando Él pasaba con el madero, con la corona de espinas, sangrando, sufriendo, terriblemente, y la calle estaría llena de gente ocupada en sus negocios.

El peregrino recuerda a Jesús que lleva el madero en los hombros. Los brazos levantados y las muñecas atadas al madero y una soga rodeando su cintura. La comitiva sale del pretorio. Los soldados van a pie armados con lanzas y espadas; los centuriones, a caballo. El gentío le sigue. Algunos sacerdotes que le han condenado, también. La marcha va hacia el Gólgota donde será crucificado. Pasa por las calles más populosas de la ciudad. Tiendas y bazares realizan sus negocios. El gentío se apretuja arrimado a las paredes. Todos quieren estar en primera fila para contemplar mejor el espectáculo. Los soldados con sus lanzas apartan a los que interrumpen la marcha. ¿Dónde están los que hace unos días le seguían con tanto entusiasmo ? ¿Dónde están los apóstoles? ¿Dónde está Pedro, Dónde esta Juan? Hoy seguro que pasaría lo mismo: la misma cobardía, el mismo miedo, el no querer comprometerse. Llegado el caso, cada uno, abandonado a su suerte viviría y sufriría en solitario.

PADRE AMADEO, DIRIGIENDO EL VÍA- CRUCIS EN LA VÍA DOLOROSA, EN JERUSALÉN
El padre Amadeo, micrófono en una mano, con potente voz y serio semblante, como corresponde al hecho que estamos recordando, lee, en cada estación, los mensajes apropiados, escritos en los folios, y dirige, a la vez, los cantos y los rezos. En esta estación, hay una cruz y alrededor un grupo de judíos. La voz de Amadeo, en aquella calle, suena fuerte, decidida, clara y segura. Penetra en mi mente, dejando huella profunda cuando dice: Señor, quisiera sentir toda la maravillosa realidad de que alguién ha sido capaz de ir al patíbulo por mí. Cuando veo lo que me cuesta dar, me sorprende que Tú lo des todo. Hoy me atrevo a decirte que también yo quiero ofrecer la vida por Ti. Yo sé que darla de una vez me costaría menos, pero no lo merezco. Intentaré darla poco a poco, trozo a trozo, como si estuviera muriendo cada día, pero sin morir.

PEREGRINOS, LLEVANDO LA CRUZ EN LA VÍA DOLOROSA, EN JERUSALÉN
Una voz interior me está diciendo: Antonio, decídete, lleva esa cruz al hombro. Es como una voz fuerte, clara, decidida y firme. Sin previo razonamiento, intuyo con claridad que tengo que hacerlo. Así que, antes que otros peregrinos se decidan, ya tengo yo la cruz en mi hombro. Otro peregrino, Pablo, la sujeta por la parte posterior. Con aquella cruz al hombro, me siento una persona diferente. Una fuerza interior, desconocida, invade todo mi ser. Con aquella fuerza, sería capaz de mover montañas. El Vía Crucis, en medio de aquel gentío indiferente, que nos ignora, que no participa en absoluto, atento sólo a sus negocios, conversaciones y diversiones, me resulta novedoso y extraño. Por ello pienso, en aquel momento, que allí pudiera pasar cualquier cosa. Evidentemente, no era así. El Vía Crucis se realiza de este modo desde hace 700 años. Yo no lo sabía. Mi experiencia era muy diferente, por eso mi desconcierto era evidente, aunque lo vivía para mí, en mi interior. Una idea pasa clara por mi mente: si fuera necesario dar mi vida por defender aquella cruz, aquel mensaje, aquel Vía Crucis, no lo hubiera dudado ni un segundo. En ese momento, Cristo lo era todo para mi, lo demás, simplemente, no existía. Por aquella Vía Dolorosa, que Jesús hace 2000 años recorrió, cargado con el madero, casi agonizando, yo también camino con la cruz, con determinación, convicción y fuerza interior desconocida. La llevo con orgullo, siento que es un referente histórico en mi vida, además de un privilegio muy grande. Por eso avanzo, por la Vía Dolorosa, decidido; canto y rezo con los otros peregrinos, pero con un sentimiento que casi me hace saltar las lágrimas y me pone la carne de gallina. Todo surge espontáneamente, todo sale del alma. Yo no sé explicarlo de otra manera. Sé que me será muy difícil mantener ese espíritu día a día, especialmente en los momentos difíciles, cuando la cruz que cada uno de nosotros llevamos, se hace demasiado pesada, pero, en ese momento, yo vivía esa realidad y por nada del mundo renunciaría a ella.

Paramos ahora en una estación donde Jesús está caído con la cruz. Lo veo herido por los golpes recibidos, casi asfixiado por el peso del madero; los ojos nublados, las espinas de la corona, clavadas en la cabeza; la sangre mezclada con el sudor corriendo por su cara, desfallecido, tambaleándose, caído en el suelo, recibiendo todavía más heridas en la cara y en la rodilla. Si una visión así es difícil de soportar para un espectador, ¿cuál no sería el dolor de Jesús? La voz de Amadeo se deja oír: Señor, que alivio para mi que hubieras caído. Si hubieras subido hasta el Calvario con energía y con fuerza me hubiera sobrecogido. Señor, sabes que hay cosas que pesan, oprimen mucho y hacen caer. ¡Qué cerca te veo, Señor, cuando estás en el suelo. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros.

Los peregrinos, colocados a derecha e izquierda de la calle, permanecemos atentos y pensativos; cantamos y rezamos siguiendo a Amado, mientras la gente pasa indiferente a todo lo que estamos haciendo. Esta actitud, que en ese momento casi me hiere, la interpreto como un desprecio. No era así, sólo indiferencia, repetida día tras día y año tras año.

Nueva estación, nueva parada. Aquí recordamos el encuentro de Jesús con su madre. ¡Qué dolor para una madre ver así a su hijo! Veo a María, desgarrada por el inmenso dolor, como si una espada le atravesara el corazón. Está triste, las lágrimas, bajando por las mejillas, pero a la vez serena. Parece que esperaba, desde hace mucho tiempo, este doloroso suceso. Madre e Hijo se miran con ternura y amor¡ Qué miradas! Se comprenden perfectamente. Sobran explicaciones: todo está claro para los dos. Estaba escrito que así tendría que suceder. Los pecados de todos los hombres y el amor de Jesús por su salvación eran la causa de tanto dolor. Truena la voz de mi hermano Amadeo: Jesús se encuentra con su Santísima Madre. Te adoramos Cristo y te bendecimos que por tu santa cruz redimiste al mundo. ¡Mujer, eh, ahí a tu Hijo! Seguramente, llegó tu madre cuando aún estabas en el suelo. ¡ Qué consuelo estar caído y ver primero a tu madre que se acerca! No dudo que en el momento de caer nosotros, notamos muy de cerca la presencia de tu madre. Señor, pequé, ten piedad de nosotros. Los palestinos y otras gentes pasan indiferentes ante nosotros; unos niños chillan y hacen ruido. Lo que hacemos los peregrinos no les interesa en ningún sentido. Yo sigo perplejo, aunque me voy dando cuenta de que esto allí debe ser normal.

Paramos en un lugar, donde hay escrito un letrero en la pared que dice: Vía Dolorosa. Escrito también en árabe. Veo a Jesús tan herido y tan cansado que intuyo que va a caer de nuevo. El centurión se acerca a Él . Examina su rostro, lo ve muy mal; teme que pueda morir allí mismo. Necesita que alguien le ayude. Mira al gentío, buscando ayuda. De pronto ve a un campesino que se acerca con las herramientas al hombro. Le grita : eh, tú. El campesino no tiene tiempo para reaccionar. Los soldados le ponen el madero, que lleva Jesús, encima de sus hombros. Protesta, intenta zafarse, pero no lo consigue. La gente dice que ese hombre se llama Cirineo. Jesús, sin el madero, encuentra alivio, recobra algo de fuerza para poder continuar hasta el Calvario. Señor, también yo quisiera como el Cirineo aliviar alguna vez la pesada carga de tu cruz. Sé que este alivio sería no ofenderte por el pecado, pero mi carne el débil. Por eso te pido ayuda y a la vez piedad y misericordia para mis pecados.

Una mujer conmovida por el estado de Jesús sale decidida de entre el gentío a su encuentro y con un paño le limpia el sudor que se desliza a chorros por su cara. La gente está perpleja, se miran, comentan, dicen: ¿Quién es esta mujer que no tiene miedo a los soldados ni a los sacerdotes? La voz del padre Amadeo se percibe serena, pero rotunda y enérgica: No es el valor lo más importante que muestra la Verónica. Es el detalle de darse cuenta de que, al limpiar el rostro con un paño, va a proporcionarle alivio. ¡ Qué pequeño pormenor darse cuenta de que hay algo de alivio para otros, aunque este algo sea tan pequeño! Concédeme , Señor, no el valor de la Verónica que voy a necesitar pocas veces, sino los pequeños detalles que pueden aliviar o hacer felices a los demás. Señor, pequé, ten misericordia de nosotros.

Los peregrinos, en nuestro Vía Crucis, llegamos a un lugar que dice : 8º station. Vía Dolorosa. Veo a un grupo de mujeres, conmovidas al ver a Jesús en el estado en que se encuentra: heridas por todo el cuerpo, espinas clavadas en la cabeza, sangre y sudor brotando de su cuerpo curvado a raudales, sin fuerzas, tambaleándose. El gentío vociferando, los soldados dándole latigazos. Jesús se detiene y las mira. ¡ Señor, que mirada la tuya! Y les dice: hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad más bien por vosotras mismas y por vuestros hijos. Amadeo sigue leyendo: señor, cuando sufro me agrada que los demás me consuelen, incluso me siento con derecho a que estén pendientes de mí. Yo , mientras tanto, no me acuerdo de otra cosa que de mi dolor. ¿ Cómo me admira que Tú te preocupes de esas mujeres y sus hijos, cuando Tú sufres, cargado con la cruz. Señor, concédeme la gracia de que mi dolor no me haga egoísta. Señor, pequé, ten piedad y misericordia de nosotros. Hay, aquí, mucha gente en la calle y muchos comercios abiertos. La calle es estrecha y los peregrinos nos colocamos a los lados para no interrumpir la circulación. Un árabe, joven, está sentado a la puerta de su tienda.

PEREGRINOS, LLEVANDO LA CRUZ EN LA VÍA DOLOROSA, EN JERUSALÉN
Finalmente, Laura, carga con la cruz. Otra peregrina sostiene la parte posterior. Ahora, aquí, en esta parte de la Vía Dolorosa, donde nos encontramos, hay mucha gente. La calle está abarrotada. Los peregrinos, de no ser por los sombreros amarillos y la trompeta del guía, nos confundiríamos con la gente y hasta nos perderíamos. Yo hago esfuerzos por situarme delante para filmar a Laura con la cámara de vídeo. Apenas lo consigo, porque me es difícil avanzar entre la muchedumbre. Un fotógrafo palestino saca fotografías que luego nos venderá en el hotel. La cara de Laura aparece seria, diría tensa, concentrada. ¿ Qué pensará Laura cuando camina por la Vía Dolorosa con la cruz a cuesta? Si , como dicen: la cara es el espejo del alma, no será difícil imaginarlo.

Por un callejón estrecho llegamos a una capilla. Allí había unos monjes altos, entrados en años, vestidos de negro, barba canosa larga, tez morena, ojos profundos, parecian patriarcas. La capilla es humilde, pequeña, poco iluminada, en penumbra. Está separada del callejón por barrotes de hierro altos, pintados de negro. Los monjes cantan. Yo no entiendo su idioma; pero me gusta ese canto. Es la música, la armonía, el coro, la melodía, como si fuera el canto gregoriano, lo que me llega al alma y me produce sensación de paz y tranquilidad que serena y gratifica mi espíritu. Tal vez, mi alma intuye esferas celestiales que conscientemente no sé explicar con palabras. Lo siento, lo vivo. Sobran explicaciones y razonamientos. Esta vivencia, como tantas otras, pasado el tiempo, sigue fresca y joven en mi recuerdo. El guía dice que estos son monjes ortodoxos abisinios. Cada vez estoy más convencido que se puede llegar a Dios de muchas maneras. No hay un solo camino, hay muchos caminos. A mí estos cantos me transportan a otro mundo que intuyo dulce, sereno y feliz. Mi espíritu goza de la magia de esa música y se eleva a campos desconocidos que solo intuyo como algo bueno.

Salimos a una plaza. De frente, la entrada a la Basílica del Santo Sepulcro. Vamos a entrar en el lugar más santo del cristianismo. Dentro está el Calvario donde Jesús fue crucificado y el Santo Sepulcro donde fue sepultado y luego RESUCITO.








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