domingo, 24 de febrero de 2008

Monte Tabor


MONTE TABOR


Seis días después tomó Jesús a Pedro, a Santiago y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a un monte alto. Y se transfiguró ante ellos; brilló su rostro como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés y Elías hablando con Él. Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres haré aquí tres tiendas, una para ti, una para Moisés y otra para Elías. Aún estaba Él hablando, cuando los cubrió una nube resplandeciente, y salió de la nube una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle. Al oírla, los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos de gran temor. Jesús se acercó, y tocándolos dijo: Levantaos, no temáis. Alzando ellos los ojos, no vieron a nadie, sino sólo a Jesús. ( San Mateo 17, 1-8 ).

Salimos de Tiberíades con destino al Monte Tabor. En la base del monte, hay una explana donde aparcan los coches y autobuses. Los peregrinos, desde aquí, suben en taxi hasta la cima del Monte Tabor. Son coches marca Mercedes en muy buen estado de conservación. En cada uno, montan siete peregrinos, como operan ocho taxis, en cada viaje, los taxis transportan a 56 peregrinos. Cuando bajan los taxis suelen venir con peregrinos que han terminado de hacer la visita. Por eso esperan arriba un tiempo hasta que tienen ocupantes, y esto es la causa de que la espera sea un poco más larga.

Cuando llegamos a la plataforma había estacionados cuatro autobuses cuyos peregrinos hacían cola para subir. Al sol, el calor era muy fuerte, así que, la mayoría de los peregrinos, decidimos permanecer en el autobús, disfrutando del aire acondicionado, hasta que nos llegara el turno. Algunos se bajaron y se acercaron a un chiringuito, que había allí, a comprar regalos o tomar un refresco. La cola de espera era grande, pero aquellos taxis circulan a gran velocidad, a pesar de que la carretera era estrecha y con muchas curvas en forma de herradura. No importa, los conductores tienen mucha práctica y ningún miedo y hasta quieren presumir de su destreza ante nosotros que estamos atemorizados por los precipicios y por la velocidad a que circulan.

Mientras me llega el turno para subir, observo aquel panorama. Los veloces taxis cuando pasan dejan una nube inmensa de blanco polvo. Esta tierra caliza, reseca por el calor, es apropiada para producir este fenómeno. El viento lleva el polvo a los árboles más próximos a la carretera que parece como si tuvieran escarcha o una fina capa de nieve de color pardo. Las laderas del monte están cubiertas de árboles, la mayoría, pinos; más bien pequeños, pino mediterráneo. En la cima del monte, destaca la parte superior de los edificios allí ubicados. Me llega el turno, hay que ponerse a la cola, pronto montamos en los taxis. La carretera es estrecha, la pendiente muy pronunciada, las curvas en herradura, los precipicios de susto; por allí, en las condiciones actuales, resulta evidente que los autobuses no pueden circular, pero aquellos taxis, guiados por conductores serenos, temerarios, pero tranquilos, suben veloces como el viento.


En la cima del monte, hay también una plataforma donde paran los taxis para dejar y recoger a los peregrinos. El Monte Tabor es un monte solitario, como la joroba de un camello, como una campana, como un volcán en la llanura. Tiene 562 metros de altura sobre la planicie circundante y está situado al nordeste de la llanura de Esdrelón y al sudeste de Nazaret. Monte, en la Biblia , tiene sentido de teofonía: manifestación de Dios. También, tiene un sentido bélico, estratégico. Esta tierra era un lugar de paso. Cerca de aquí pasaba la Vía Maris. Vía de comunicación romana. Unas tribus, unos pueblos, llegaban y desplazaban a otros. Permanecían poco tiempo. Un día, el Señor, subió al Monte Tabor con Pedro, Santiago y Juan. Ya estaba cerca el momento de la pasión y muerte del Señor. Tiene lugar la teofonía. Dios se manifiesta y dice: Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia; escuchadle. Otra teofonía tuvo lugar en el río Jordán. Se trataba de manifestar continuamente quien era Jesús. Dios lo dice claramente: es su Hijo amado; escuchadle. Ya no hay motivo para dudar. Cierto, Jesús es el camino, la verdad y la vida. Es la palabra de Dios. Es Dios y esto es definitivo porque sus palabras, sus hechos, su doctrina son las de Dios.

Este monte no se menciona en el Nuevo Testamento. Tampoco se dice expresamente que Jesús estuviera aquí. Se habla de un monte alto, y, en la llanura de Esdrelón, el monte más significativo es este. Por otra parte, en los evangelios apócrifos se dice que la transfiguración tuvo lugar en el Monte Tabor.

En el Antiguo Testamento se cita, frecuentemente, el Monte Tabor. Estaba en los confines de los territorios de Isacar, Zabulón y Neftalí. Allí se ofrecían sacrificios, empezando por los cananeos; allí Barac reunió a diez mil soldados de Neftalí y Zabulón con los que derrotó a Sísara en el torrente Quisón, cerca del Carmelo...

La cumbre del Monte Tabor es una explanada con árboles. Al pasar la “Puerta de los Vientos”, restos de una fortaleza árabe del siglo XIII, que da acceso al recinto sagrado, comienza una avenida con altos cipreses a ambos lados. Esta avenida conduce a la basílica de la Transfiguración. En la puerta hay una inscripción que dice:” Custodia di Terra Santa Monte Tabor”.

En el siglo IV, los bizantinos construyeron tres santuarios en honor de Jesús, Elías y Moisés y en recuerdo de las tres tiendas que Pedro quiso poner allí. Pero los musulmanes las arrasaron en el año 638. En el siglo XII, los cruzados, sobre las ruinas bizantinas, construyeron una basílica que también fue destruida por los musulmanes en 1262. Finalmente, los padres franciscanos se establecieron en el Monte Tabor en 1631, y en 1921, bajo la dirección del arquitecto Antonio Barluzzi, se inició la construcción de la actual basílica sobre las ruinas bizantinas y cruzadas, inaugurándose esta basílica en 1924.


Sobre el altar mayor hay un hermoso mosaico que representa la Transfiguración. Sobre un fondo dorado, muy iluminado, y sobre una nube destaca la figura transfigurada de Jesús, mirando al cielo con los brazos en alto. A los lados, Moisés y Elías; en tierra, Juan, Pedro y Santiago: los protagonistas de la transfiguración.

En la cripta abovedada, está el altar donde los cananeos rendían culto al dios Baal y ofrecían sacrificios. En el fondo, una vidriera con dos pavos reales que simbolizan la inmortalidad. Cuatro grupos de ángeles, en las paredes, representan las cuatro transfiguraciones de Nuestro Señor: nacimiento, eucaristía, muerte y resurrección. De alguna manera, el artista ha querido expresar ese pensamiento.

En silencio, escuchamos la lectura del evangelio de San Mateo; en silencio, reflexionamos sobre el mensaje que contiene. Allí, en el mismo lugar donde Dios se manifestó.

A la salida de la iglesia, a la izquierda, subimos a una terraza. Amadeo dice: cuidado con las escaleras. Bueno, pues una peregrina de Zaragoza, hermana de la que dirige los cantos, se tuerce, en la terraza, un tobillo. Un peregrino, que es médico y también de Zaragoza, la atiende. La terraza, que a la vez es tejado, tiene una suave pendiente para que las aguas puedan deslizarse. Esto, que es bueno para la lluvia, resultó fatal para esta peregrina. Tal vez así lo había dispuesto el Señor. ¡Quién conoce sus designios! Le duele, le molesta al andar, le fastidia. Haces un viaje con tanta ilusión y por un mal paso, por un paso tonto, todo se puede venir abajo. Se la ve triste, contrariada, pero no protesta. Cojea al caminar, pero pasito a pasito, con mucho cuidado, va andando. Corre una brisa muy agradable en aquella terraza. Normal a esta altura y a esta hora de la tarde. Desde aquí, la visión de la riquísima y extensa llanura de Esdrelón es magnífica y maravillosa. El espíritu se leva al contemplar aquel horizonte que tantas veces contempló Jesús. Es como si lo contemplaras desde un avión que vuela a baja altura, como la vería un paracaidista cuando desciende para tomar tierra, como lo vería un pasajero de un helicóptero, como lo vería el águila o gavilán cuando se le ve volar en el cielo azul.

Las tierras labradas, las parcelas de color gris verdoso; rojizas, unas; ladrillo, otras; ocre, éstas; siena, aquellas, se contemplan maravillosamente desde esta atalaya. ¡ Qué escenario ! ¡ Qué colorido! La llanura es muy fértil: viñedos, naranjos, plátanos, olivos, praderas, ovejas, rastrojos de los cereales se intuyen en la lejanía, en el dilatado horizonte. Al frente, cerca de una colina o monte pequeño se divisa el bíblico pueblo de Naím. Más atrás el, no menos bíblico, río Jordán, Siria y Jordania. A la derecha, sobre el monte, sobresale la parte de Nazaret que se extiende, al este, por la ladera de la montaña. Son muchos edificios. Esta parte de la ciudad no se vio desde la basílica que ayer hemos visitado.


Los montes aquí se cubren de pinares; algunas calvas contrastan con la arboleda. Es como si contemplara los pinares de Mallorca o los pinares valencianos. A mi espalda, la Alta Galilea, Caná y Saled. A la izquierda, el lago Tiberíades, Altos del Golán, Cafarnaúm, y, más atrás, el monte Hermón y el Líbano. Me siento importante contemplando este panorama.

Una peregrina, que está a mi lado y que también la fascina el paisaje, dice que la saque una foto; que salga su cabeza y la llanura del fondo.
- ¡Qué brisa tan suave, qué bien se estaba allí! ¡Ya seremos los últimos! Pero no, aún hay otros ahí, así que seremos los penúltimos.
Caminamos de prisa hacia la salida.
Este es un detalle que tengo que filmar -comento yo- Es una columna que tiene el busto del Papa Pablo VI. Tiene una inscripción que dice: “Paulus Pont maximus peregrinus hunc montem ascendit die 5 ianuarii 1964”. La estatua es de bronce y la inscripción está debajo, a media altura de la columna. Los materiales empleados para su construcción son antiguos.
Entramos en la hospedería de los Padres Franciscanos. A la entrada, una inscripción dice: “accomodation only for pilgrims”. También en árabe y hebreo. Aquí se puede venir a residir, a hacer ejercicios, pasar las vacaciones... En su interior, se venden objetos religiosos, como en otros sitios, y bebidas frescas. Pero también hay una fuente junto al bar que mana agua fresca.

Dejamos el recinto para ir a la explanada, donde nos esperan los taxis.
El guía toca la trompeta: “Ta, taratatá...”
Los taxis llegan a la plataforma, esperan para llevarnos a donde están los autobuses.
Le digo al guía que me está gustando mucho cómo orienta la peregrinación.
- Me alegro mucho, hay que acercarse a la gente, contesta.
- Yo le felicito porque la presenta muy bien
- Lo demás es cosa vuestra.
- Yo quiero llevar todo esto bien grabado para que no se me olvide, para refrescar la memoria de vez en cuando, allí en mi casa de Madrid, pasado el tiempo, contesto yo
Este viaje, si lo hubiera hecho hace veinte años, pues las lecturas de la Biblia las hubiera ubicado y entendido mejor.

Por esta llanura y por estos montes cruzaron los ejércitos de todos los antiguos imperios: los suntuosos faraones de Egipto; Josué, el jefe hebreo sucesor de Moisés; Senaquerib, rey de Asiria; Nabucodonosor, rey de Babilonia y Nínive; Ciro, rey de los Persas; Alejandro Magno, rey de Macedonia, conquistador de Persia y Babilonia; Pompeyo, rival de Cesar; Vespasiano, emperador romano, pacificador de Judea, el que levantó el Coliseo romano; Tito, conquistador y destructor de Jerusalén...

No es difícil imaginar sus caballos, sus carros de guerra, sus soldados armados y vestidos según la época, sus capitanes y generales todopoderosos, sus esclavos y encadenados prisioneros, las batallas y las matanzas que protagonizaron, las lágrimas y alegrías que causaron... Por allí pasaron generación tras generación, siglo tras siglo. Estas tierras fueron testigos silenciosos de las historias que protagonizaron. Pero mi mente va mucho más allá. ¿Qué fue de todos ellos? ¿Qué de sus ambiciones y deseos? ¿Qué de sus conquistas? Flor de un día, rocío de los prados. ¿Por qué tanta lucha? Una vez muertos, ¿de qué les sirvieron todas sus hazañas y conquistas?
Si eres creyente, si piensas como el poeta Jorge Manrique:

“Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar...
Este mundo bueno fue
si bien usásemos de él,
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos”.

Entonces, todo tiene sentido. Pero, si no eres creyente, si crees que todo termina con la muerte, ¿cómo me explicas este absurdo, este sinsentido que conduce a la nada, a ningún fin, al vacío absoluto? ¿Cómo puedes decir que la naturaleza es sabia cuando el fin de tantos afanes, sufrimientos, gozos y alegrías es la nada? ¿Para qué tantos sacrificios? ¿para qué tanto luchar si todo es breve, todo es fugaz, todo termina en la nada...?

Para mí lo importante no es ni la llanura de Esdrelón, por rica que sea; ni el monte Tabor, por mucho que destaque su singularidad. Lo importante es contemplar y estar en el lugar donde estuvieron aquellos hombres que, allí, hicieron la historia; ver con tus ojos lo que ellos vieron; saber que estás en el mismo lugar donde Dios dijo quién es Jesús. Esto es lo que hace grande el lugar, lo que justifica, a mi juicio, plenamente el valor y satisfacción de estar allí. Solamente estando allí, puedes sentir y evocar, aunque sólo sea por aproximación, aquellos acontecimientos y, de alguna manera, formar parte de ellos.

En la plataforma compré dos rosarios por dos dólares. Uno para el compañero inspector Manuel Alonso, que me lo había encargado, y otro, para mí. Los rosarios son de madera de olivo, de olivo de aquella tierra. Por eso, aunque humildes, tienen para mí un gran valor. Son de los olivos de la tierra de Jesús.


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